lunes, 1 de abril de 2013

Libros de Estilo


UNIDAD 1


TEXTOS COMPLEMENTARIOS / ir a Noción de Audiencia


Adaptación de la Cátedra del concepto de audiencia extraído de los Libros de Estilo de los diarios El País, La Nación y Clarín.




“El País. Libro de Estilo” (Ediciones El País).



Desde noviembre de 1977, fecha en la que se publicó la primera edición, muchos lectores se han interesado por poseer este instrumento de trabajo de la Redacción de El País, sin que hayamos podido satisfacer su demanda; en el archivo del redactor jefe de Edición y Formación del periódico, Alex Grijelmo, hay una verdadera montaña de peticiones del Libro de Estilo, y lo curioso es que una buena parte de ellas no tiene nada que ver, a priori, con ciudadanos relacionados con el mundo de la comunicación y sus aledaños. Son lectores curiosos con los modos de hacer un diario de las características de El País.

Desde que se fundó, en El País se ha considerado que son los lectores los propietarios últimos de la información, y los periodistas tan sólo los mediadores entre aquellos y ésta. Por ello entendemos que han de existir unas directrices que comprometan al periódico con sus lectores, una especie de control de calidad que defina quienes somos y cómo trabajamos. Aunque no hemos elaborado todavía un código deontológico en sentido estricto, tenemos reglas de conducta muy precisas, unas internas y otras que nos enlazan con el exterior. Las primeras están contenidas en el Estatuto de la Redacción, incluido por primera vez en este libro.

Las dos normas externas son el Libro de estilo del periódico y el Ombudsman o Defensor del Lector. El libro de estilo, además de los condicionamientos metodológicos que uniforman lo que aparece escrito desde el punto de vista formal, incluye al menos tres cláusulas que pueden considerarse como de conducta: la primera, que los rumores no son noticia; la segunda, que en caso de conflicto hay que escuchar o acudir a las dos partes, y, por último, que los titulares de las informaciones deben responder fielmente al contenido de la noticia. Estas tres reglas, además del uso honesto de las fuentes de información y la separación tajante entre información, opinión y publicidad, forman parte del equipaje básico que nos esforzamos en aplicar a diario.

El Ombudsman también tiene recogido su estatuto de actuación, en el que se estipula que garantiza los derechos de los lectores, y atiende sus dudas, quejas y sugerencias sobre los contenidos del periódico. También vigila que el tratamiento de las informaciones sea acorde con las reglas éticas y profesionales del periodismo. El Ombudsman, que es nombrado por el director del periódico entre periodistas de reconocido prestigio, credibilidad y solvencia profesionales, interviene a instancias de cualquier lector o por iniciativa propia. Este puesto tiene cuatro años de experiencia en El País y por él han pasado tres extraordinarios profesionales.

La libertad de expresión y el derecho a la información son dos principios esenciales para la existencia de la prensa libre, que es una de las instituciones básicas del Estado de derecho. Tanto es así que no se puede hablar de democracia en ausencia de una prensa que no tenga las garantías suficientes para desarrollar su labor. Los periodistas ejercemos estos dos derechos esenciales en nombre de la opinión pública, de nuestros lectores. Ello nos obliga ante la sociedad en una medida más amplia que el estricto respeto a las leyes, que debemos acatar como el resto de los ciudadanos. Cuando los periodistas exigimos información en nombre de la opinión pública o criticamos a personas o instituciones de la Administración o de la sociedad civil, contraemos una responsabilidad moral y política, además de jurídica. Es decir, que se puede abusar del derecho a la libertad de expresión o del derecho a la información sin infringir la ley.

De vez en cuando, la prensa española ofrece ejemplos que demuestran cómo el periodismo puede ser puesto al servicio de intereses ajenos a los lectores; cómo se desarrollan a la luz pública campañas de opinión que responden a oscuras pugnas financieras o mercantiles; cómo a veces la caza y captura de ciudadanos se disfraza de periodismo de investigación. Convertir los medios de comunicación en armas del tráfico de influencias al servicio de intereses que no se declaran es una práctica de abuso que crece a la sombra de la libertad. Por eso hemos procurado que las opiniones de El País, equivocadas o no, hayan sido siempre nítidas; sus dueños, conocidos; sus cuentas, auditadas desde el comienzo, y sus motivaciones, públicas.

La defensa de la libertad de expresión pasa por el establecimiento de mecanismos de transparencia en el ejercicio de esta profesión, a fin de no arruinar el único patrimonio de nuestro oficio: la credibilidad. Entre esos mecanismos figura por propios méritos este Libro de Estilo, que servirá, si somos capaces de utilizarlo bien, para defender a los lectores del sensacionalismo, el amarillismo y el corporativismo de los profesionales. Porque a veces ocurre que en la mención abusiva de la libertad de información y de expresión se escudan sus enemigos para negar las críticas legítimas y la labor de control del poder, incluido el de los propios periodistas.


“La Nación. Manual de Estilo y Etica Periodística.”(Espasa)



“Es un axioma de nuestra profesión que el estilo claro tiende a responder a las funciones periodísticas de la comunicación: rapidez de lectura, mínimo esfuerzo posible de interpretación y máxima concentración informativa.
Los estudios, y no pocas polémicas, sobre la comprensibilidad de textos y facilidad de lectura periodísitica se iniciaron después de la Segunda Guerra Mundial. La agencia de noticias AP, por ejemplo, contrató a Rudolf Flesh, autor de “El arte de la escritura leíble”, para analizar el estilo de la prosa y proponer un aprendizaje del estilo. La agencia UPI encargó la misma labor a Robert Grunning que desarrolló el “Fox Index” para medir la complejidad de la escritura. Parece que el “Index de confusión” de éste y las mediciones de Flesh, que llegó a la conclusión de que generalmente se sobreestima el bagaje de información que tienen los lectores y se desestima su inteligencia, siguen siendo normas fructíferas para ambas agencias.

Lo cierto es que los países que han puesto los estudios estadísticos sobre la comprensibilidad del lenguaje en la base de la técnica de la escritura tienen hoy libros de texto, revistas y diarios más legibles que los confiados en la improvisación, voluntariosa, pero deficiente casi siempre.

Los ecos de la polémica resuenan aún. Escribir con claridad, ¿es fácil?, ¿es difícil?, ¿es un arte que se aprende? En Italia, cada intelectual y periodista y el simple lector dieron su respuesta a una encuesta de 1968. Alguno recordó cómo Jimmy Carter había lanzado una campaña para simplificar el lenguaje de la administración pública, partiendo del presupuesto, sacrosanto, de que así como todos pagan los impuestos, todos tienen derecho de comprender lo que dicen el Estado y sus funcionarios.

La claridad o la falta de claridad del lenguaje periodístico no son sólo una elección del estilo, sino también una elección de público. Hablar y escribir con claridad es, entonces, una opción vital. Y ese público quiere leer y entender.
Y por ser parte de nuestras normas de estilo, recordamos las cualidades primordiales del buen estilo periodístico: brevedad, claridad y precisión, dicen unos; claridad, concisión, sencillez, naturalidad, añaden otros maestros de este oficio, que alertan: claridad no es superficialidad; ni concisión, laconismo; ni sencillez y naturalidad significan vulgaridad, plebeyez, ordinariez.”


Clarín.“Manual de Estilo”, Clarín-Aguilar UTE.



“ El texto periodístico es un tipo de discurso autónomo, que se diferencia de la ficción, el discurso científico, los informes judiciales o policiales. Posee, por lo tanto, sus propias reglas de construcción y uso. La producción del texto se desarrolla en tres registros: informativo, argumentativo y narrativo, lo que da lugar a géneros específicos según se trate de la cobertura de la actualidad (informativo), el análisis y la opinión (argumentativo), o el relato de sucesos, historias o personajes (narrativo). Si bien en cada género predomina uno de los registros, la redacción de la noticia requiere flexibilidad y admite recurrir a otros registros cuando es necesario.

Todos los textos periodísticos provienen de un primer paso en la edición diaria: la selección y evaluación de la información que se va a publicar. Los criterios básicos para la construcción del texto periodístico, en términos generales, son:

a) La secuencia interna, especialmente en las crónicas, responde a la relevancia informativa, esto es, el ordenamiento de la información según su importancia.

b) Claridad, concisión y precisión. Estas condiciones se ven facilitadas cuando el periodista conoce el tema o ha podido interiorizarse de los rasgos esenciales del acontecimiento. Es aconsejable no recurrir a frases subordinadas porque dificultan la lectura.

c) Evitar los supuestos, dar por sabido información que el lector no tiene por qué conocer ni haber leído en ediciones anteriores. La necesidad de contexto (o background) dentro de una crónica responde a este criterio, y está acotada por el espacio disponible y las exigencia puntuales de la información en cuestión.”

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